El Fuego Nuevo – 2a y última parte

Quiero seguir con el Relato de estas Ceremonias, donde la RENOVACIÓN, LA UNIDAD Y EL COMPARTIR, se mezclan en una serie de ritos, interpretaciones astrológicas y leyendas de nuestros antepasados, para dar lugar a una reflexión que nos puede servir para ver más claramente algunas acciones que debemos emprender, no solamente en los Ciclos del Fuego Nuevo, sino cada vez que tengamos la oportunidad de mejorar.

 

A esta ceremonia, acudían no únicamente los sacerdotes y pobladores de Tenochtitlan, sino que venían de muchos pueblos, cómo señal de unidad y fuerza para todos participar en la renovación de este fuego nuevo. Cuando la llama centelleaba, todo el mundo se extraía sangre y la lanzaba en dirección del Huixachtécatl. Por eso, cuando surgía ese nuevo sol, todos los pueblos hacían un concierto de cantos esperanzadores, con la ilusión de un nuevo ciclo de vida que esta ceremonia les acababa de traer.

De aquí la segunda reflexión, la Unidad.  La unidad que debemos de tener, en primer lugar, con Dios, con nuestra familia, hermanos, amigos y con nuestra comunidad. Debemos de sentir que todos estamos juntos para un propósito, para hacer de cada una de nuestras vidas, ayudándonos unos a otros, una vida mejor, que cree espacios de armonía y amor entre los que nos rodean, y siempre teniendo en mente, que esta unidad debe de partir de cada uno de nosotros.

 

Una vez que surgía el Fuego Nuevo, esta lumbre era repartida del cerro a otros pueblos del TENOCHCATLAPAN (Imperio Azteca) por medio de corredores. Los ministros de los ídolos, que habían venido de México y de otros pueblos, tomaban de aquella lumbre, porque allí estaban esperándola, y enviaban por ella los que eran muy ligeros y grandes corredores, y llevábanla en unas teas de pino hechas a manera de hachas; corrían todos a prisa, para que muy prestos se llevase la lumbre a cualquier pueblo. Los de México, trayendo aquella lumbre, con aquellas teas de pino, luego la llevaban al templo del ídolo de Huitxilopoxhtli y la ponían en un candelero hecho de cal y canto, puesto delante del ídolo, y ponían en él mucho incienso de copal; y de allí tomaban y llevaban al aposento de los sacerdotes que se dicen mexicanos y después a otros aposentos de los dichos ministros de los ídolos, y de allí tomaban y llevaban todos los vecinos de la ciudad; y entonces se daba que toda esa multitud de gente que venía por la lumbre, y así hacían grandes hogueras en todos los barrios, lo que llenaba de alegría a todos los habitantes.

Lo mismo hacían los otros sacerdotes de otros pueblos, porque llevaban la lumbre muy de prisa, porque el que más podía correr que otros tomaba la tea de pino y así, muy presto, casi en un momento llegaban a sus pueblos, y luego venían a tomar todos los pueblos de ella; y era cosa de ver la muchedumbre de los fuegos en todos los pueblos, que parecía ser de día.

 

Y de aquí la tercera reflexión, el Compartir. De ese fuego nuevo que surgía de la Ceremonia principal, se repartía y compartía con todos los pueblos vecinos, trayendo alegría y esperanza a todos.  Y eso es lo que ahora debemos hacer, compartir nuestro fuego, nuestras alegrías, nuestros logros y talentos que Dios nos ha dado, para que la alegría que nosotros experimentamos al tener un logro, se multiplique y beneficie a todos los que nos rodean, haciendo que ese pequeña lumbre que encendimos, alumbre y de calor a muchísima gente.  Es la virtud de la generosidad, del desprendimiento y de buscar siempre el bien común. Y que mejor refuerzo a esto, lo que el mismo día de hoy dijo el Papa Francisco: “Es mejor compartir, porque solamente llevamos al cielo aquello que hemos compartido con los demás”.

 

Por eso, en estos momentos comparto con ustedes este relato y reflexiones, con mi deseo de que tengan una esperanza renovada, basada en la unidad y la caridad, aprendiendo de sus experiencias, lo que les pueda permitir siempre poder iniciar un ciclo mejor en sus vidas.

 

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